Acabo de concluir la lectura de LAS VÍRGENES SUICIDAS, de Jeffrey Eugenides (Compactos Anagrama, 229 páginas).
Las vírgenes suicidas tienen un tema (en realidad varios relacionados) de un alcance sobrecogedor y con un enfoque insólito. El tema global es el misterio de la naturaleza humana (nada menos), que a su vez se despliega en el misterio de todo suicidio, de la frágil etapa de la adolescencia, de su relación con el amor y el sexo, de la duda en torno al instinto de supervivencia (los hay más fuertes), y del misterio de la necesidad de reverenciar algo o a alguien, acompañado o no de la idealización. Y dónde se sitúa la lucidez en todo esto, si es que tiene sitio real y no sólo aparente.
Un grupo de viejos amigos desde la adolescencia rememoran, tratando de comprenderlo, algo que todavía les atrapa de manera imborrable: sus sentimientos hacia 5 hermanas compañeras del instituto y el suicidio de todas ellas, es decir, su interior inalcanzable ya para siempre. No sólo les gustaban, estaban fascinados de tal manera que su manera de relacionarse con ellas estaba mediatizado por una reverencia y una sublimación casi imparables, que envolvía y marcaba casi todos sus gestos cotidianos.
Al principio podría parecer que las hermanas están traumatizadas por su madre rígida y represiva, pero esto se descubre inexacto por su actitud relativizadora y de burla abierta frente a sus “manías”. Una de ellas incluso adopta una abierta rebeldía con una promiscuidad sexual. Y otra de ellas se suicida precisamente tras una decisión de apertura de su madre. La impresión es más bien la de ese tipo de suicidios enigmáticos, por lo excesivo de su respuesta frente a circunstancias, más o menos comunes, ante la que otras personas deciden muy diferentes respuestas. Y todo ello enlazado con ese periodo de la vida, frágil y fronterizo, de la adolescencia donde todo es posible y la exigencia vital y espiritual es devoradora y radical.
La manera de relacionarse con ellas por parte de los chicos es totalmente diferente al que usan con el resto de sus compañeras de instituto. Con las hermanas se sienten ante un enigma, ante algo que les supera y a lo que temen y respetan como algo extraordinario. Con ellas hay un río de comunicaciones simbólicas y peculiares, por ejemplo llamadas de teléfono en las que en vez de hablar ponen el sonido de canciones significativas. O el temor reverente con el que acuden a una fiesta en casa de las hermanas, o guardan como reliquias objetos cotidianos que las pertenecieron y que aún conservan al cabo de muchos años.
Dos citas del libro significativas: “Se convirtieron en criaturas demasiado poderosas para vivir con nosotros, demasiado ególatras, demasiado visionarias, demasiado ciegas”. Y : “… llamándolas para que salgan de aquellas habitaciones donde se habían quedado solas para siempre, solas en su suicidio, más profundo que la muerte”.
Un libro que atrapa con un melancólico y radical enigma, que deja largas huellas que empapan el recuerdo de cada hecho cotidiano registrado con amor triste y una interrogación imborrable. Hojas caídas de otoños interminables, cigarrillos en la noche como luces orientadoras, abrazos a un árbol, sexo en el tejado, silencios repletos y rezumantes como savia, búsqueda más allá del recuerdo de un tiempo dorado por la muerte y el hechizo, fatal inconsciencia de aquellos que se creen “buenos” como los padres de las hermanas, fiestas ingenuas conmovedoramente infantiles, gestos turbios y sonrisas limpias, miradas inquietantes y devoradoras, hambre de amor que sea mucho más que amor, ausencia de nostalgia para siempre porque eso sería simple, laberintos vitales, señales de luces apagadas y encendidas en sus ventanas trasformando la urbanización de clase media en un laberinto de espejos, el interior por fuera como una coraza insólita, ríos subterráneos, sed de más.
Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960)
Estudió en las universidades de Brown y de Stanford. Ha publicado en The Gettysburg Review y en The Paris Review. Recibió el premio Aga Khan de ficción, antes de su extraordinario debut con Las vírgenes suicidas, que fue llevado al cine por Sophia Coppola.
Las vírgenes suicidas es su primera novela, publicada en 1993. Su segunda novela Middlesex, por la que obtuvo el premio Pulitzer 2003, es sin embargo inferior a la primera, pero su tema (saga familiar y protagonista hermafrodita) es mucho más comercial y de moda. Aún así en las dos tiene una manera de escribir fascinante, muy atmosférica y plagada de detalles sugerentes y significativos, produciendo un efecto hechizante y de mucha intensidad.
Adaptación cinematográfica:
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