miércoles, 27 de enero de 2010

Perro callejero


Acabo de concluir la lectura de “Perro callejero”, de Martin Amis (Compactos Anagrama, 430 páginas).

Perro callejero se interna en los tabúes sexuales, sin rehuir el incesto, la pornografía o el onanismo. Se trata de un viaje que elude los eufemismos y el lenguaje científico. Amis no busca la perspectiva del erudito, sino el conocimiento que nace de la vivencia, del contacto con esas experiencias que se refugian en el subsuelo de la conciencia, anhelando la oscuridad y el secreto.

Perro callejero utiliza la peripecia de Xan Meo como centro magnético de un relato que transita de la dispersión a la perfecta sincronía. Xan Meo es un hombre de múltiples talentos: actor, músico, escritor, y también hijo de un célebre delincuente. Una noche, Xan se sienta a tomar una copa en la terraza de un pub y, al poco rato, dos hombres le parten la cabeza a cachiporrazos. Tras una difícil convalecencia será otro. Deberá acostumbrarse a su nuevo ser, como todos los que le rodean, porque Xan se convertirá en un antimarido, en un antipadre, movido por impulsos primarios y con una sexualidad muy perturbadora.

Pero hay otros personajes que inciden en la vida de Xan. Clint Smoke, un periodista de un diario amarillista volcado en la pornografía y las noticias de escándalo, y también Henry England, el rey de Inglaterra y padre de la Princesita, a la que alguien ha fotografiado desnuda en su bañera. También está el misterioso Joseph Andrews, como una araña en el centro de una vasta red. Y en el núcleo de todo: Edipo, los padres como posibles corruptores devoradores de sus hijos, el difícil pasaje a la madurez.



Martin Amis (Inglaterra, Oxford, 1949)

Escritor británico hijo del también escritor Kingsley Amis, nació en Oxford en 1949, universidad en la que más tarde se graduó. De niño vivió en diferentes lugares debido a que su padre impartía clases entre Inglaterra y Estados Unidos. Tras una joven etapa en la que no sentía interés por los estudios, entró en contacto con la obra de Jane Austen y se convirtió en una de las motivaciones para su posterior ingreso en la universidad.

Desde 1971, año en que se graduó trabajó como crítico literario en el London Observer, y desde 1972 y hasta 1974 ejerció como encargado editorial y director de la sección de narrativa y poesía en el Times Literary Suplemment. Con tan sólo 27 años llegó a ser el director de New Statement para pasar a ser más tarde colaborador especial de Observer, de donde ha publicado recopilaciones de sus artículos.

Considerado por una parte de la crítica como un brillante autor, con un satírico uso del lenguaje a la vez que cuidado, otra sección opina de sus textos que tratan elementos e historias desagradables. No deja de quedar patente la dureza a veces de las historias y las palabras que emplea, pero tampoco se olvida de su preocupación por problemas del mundo contemporáneo en referencia a las drogas, el sexo o la violencia.

Martin Amis nunca ha desperdiciado la oportunidad de escarnecer los convencionalismos políticos, éticos o formales. Su complacencia con la provocación se manifiesta en toda su obra. En Koba el Temible (2002), se mostraba particularmente airado con los intelectuales que simpatizaron con el estalinismo, sin excluir a su padre, Kingsley Amis.

sábado, 23 de enero de 2010

Solal


Acabo de concluir la lectura de “Solal”, de Albert Cohen (Compactos Anagrama, 307 páginas).

Cuando apareció Solal, la primera novela de Albert Cohen, el éxito fue inmediato y la crítica francesa le saludó como un escritor extraordinario, a pesar de la novedad y complejidad de su propuesta narrativa. En ella aparecían por primera vez sus inolvidables personajes: el joven Solal y sus atrabiliarios y desternillantes «Esforzados», Saltiel, Comeclavos, Salomón, Michaël, Mattathias. También sus grandes temas: la búsqueda del Absoluto a través del amor, los juegos de seducción con reglas refinadas hasta el delirio, el tormento de los celos, la muerte; la omnipresencia del judaísmo: Solal, en una fulgurante carrera, pasa de la efervescencia resignada del ghetto a las intrigas sociopolíticas del mundo occidental.

Solal es un gran libro, una obra poderosa y rica, escribió Marcel Pagnol, quien reconoció en su protagonista a “una especie de Julien Sorel, pero muchísimo más loco”.



Escritor suizo en lengua francesa, de origen griego, nacido en Corfú el 16 de agosto de 1895 y fallecido en Ginebra el 7 de octubre de 1981. Su verdadero nombre era Abraham Albert Cohen. Perteneciente a una familia de la comunidad judía de Corfú que emigró ante el evidente ascenso del antisemitismo en la isla, se establecieron en la ciudad francesa de Marsella.

Licenciado en 1913, se trasladó a Ginebra al año siguiente, empezando estudios en leyes y convirtiéndose en miembro del movimiento sionista, para lo cual añade una “h” a su apellido para hacerlo más judaizante. De 1917 a 1919 estudió literatura, convirtiéndose en ciudadano suizo ese último año. En 1925 se convirtió en director de la revista Revue juive, en la que participaron personalidades como Sigmund Freud o Albert Einstein. Durante la Segunda Guerra Mundial viajó a Francia e Inglaterra, retornando finalmente a Ginebra en 1947, rechazando diez años más tarde el puesto de embajador de Israel para poder continuar su carrera literaria.

Trabajó en la Sociedad de Naciones en Ginebra, siendo ésta su principal ocupación. La carrera literaria se desarrolló con largos periodos de silencio. Sin embargo su narrativa es de gran coherencia al estar centrada siempre en los mismos personajes: Solal y su pintoresca familia. Por su sentido del humor ha sido comparado con Rabelais.

En Anagrama se han publicado los cuatro volúmenes de su extraordinaria saga: "Solal", "Comeclavos", "Bella del Señor "(Gran Premio de novela de la Académie Française) y "Los Esforzados", así como una pequeña obra maestra, "El libro de mi madre".

domingo, 17 de enero de 2010

Plataforma


Acabo de concluir la lectura de “Plataforma”, de Michel Houellebecq (Anagrama-Compactos, 318 páginas).

El protagonista, Michel, parisino, cuarentón, es un burócrata de mediana edad, solitario y asiduo de los peep shows parisinos, incapaz de experimentar ninguna emoción. Cuando su padre muere, decide usar parte de la herencia para irse de vacaciones en Tailandia, atraído más que nada por los "salones de masaje" (prostíbulos) tailandeses.

En el transcurso de su viaje, el protagonista conocerá a Valérie, otro alma solitaria. A su vuelta a Francia, inician una relación y ponen en marcha un novedoso modelo de vacaciones: viajes y resorts de turismo sexual. Aunque el negocio resulta un éxito, la historia -como no podía ser de otro modo tratándose de una novela de Houellebecq- no acaba bien...

Cuando se publicó la novela hace unos años desató polvareda, no ya por el cinismo con el que se tratan temas como el turismo sexual, sino sobre todo por la dramática irrupción del fundamentalismo islámico en la trama de la novela. Si bien es cierto que el desenlace de la novela puede parecer algo "forzado", y que Houellebecq es un provocador nato, no lo es menos que Plataforma es una novela de indudable valor literario.

La figura de Michel, el narrador y protagonista, está magníficamente esbozada. Para mí uno de los grandes logros de la novela es que Houellebecq consigue que nos identifiquemos, y que incluso sintamos cierta ternura, hacia su protagonista, un anti-héroe al que la mayoría de nosotros despreciaríamos si conociéramos en persona.

También resulta refrescante y chocante el ver el mundo desde la perspectiva radicalmente amoral y brutalmente honesta del protagonista. Sospecho que quienes califican la obra de Houellebecq de "escandalosa" o "inmoral" (como si la literatura fuese una cuestión moral) en el fondo se sienten amenazados, porque si algo consigue la corrosiva prosa de este autor es poner de manifiesto la hipocresía que impera en el mundo en el que vivimos, en la era de la corrección política.




Michel Houellebecq
nació el 26 de febrero 1958 en La Réunion. Su padre, guía de alta montaña, y su madre, médico anestesista, pronto se desinteresan de su existencia. Una media hermana nace cuatro años después. A los seis años, es confiado a su abuela paterna, comunista, y de la que adopta el nombre como seudónimo. Vive a Dicy (Yonne), y luego a Crécy-la-Chapelle. Es interno en el Liceo de Meaux durante siete años. Su abuela muere en 1978.

En 1980, obtiene su diploma de ingeniero agrónomo. El mismo año se casa con la hermana de un "compañero". Empieza entonces un período de cesantía. Su hijo Etienne nace en 1981. Se divorcia. Una depresión lo lleva a internarse varias veces en "medio psiquiátrico".

Michel Houellebecq es poeta, ensayista y novelista. "Ampliación del campo de batalla" (1994) ganó el Prix Flore de primera novela y fue muy bien recibida por la crítica española. En mayo de 1998 recibió el Prix National des Lettres, otorgado por el Ministerio de Cultura. Su segunda novela, "Las partículas elementales" (Prix Novembre, Premio de los lectores de Les Inrockuptibles y mejor libro del año según la redación de Lire), fue muy celebrada y polémica, así como "Plataforma", última entrega de su imprescindible tríptico de la condición humana de nuestro tiempo.

Houellebec es de aquellos autores que su figura sobrepasa a su obra. Siempre tildado de polémico y provocador, nihilista, xenófobo o machista. Para unos fascista e incluso comunista para otros muchos. Su obra es una provocación constante, contra el sistema, contra la sociedad... su objetivo es no dejar títere con cabeza siempre desde una narrativa cargada de un sobrecogedor humor negro que en ocasiones puede llegar a ofender al lector menos familiarizado con su obra.

Se define a sí mismo como radical, no hace concesiones al respecto de su posicionamiento político aunque es conocido que Houellebecq simpatizó con el partido comunista francés, para pasarse más adelante a las filas social demócratas, también, en un pasado se definió a sí mismo como estalinista y cuando se le pregunta en alguna entrevista al respecto de tal afinidad con el legado político de Kova, él se dedica a echar más leña al fuego espetando en la cara del entrevistador, lindezas como “-...Stalin también hizo cosas buenas”.

A pesar de ello, fragmentos como el que aparece en “Las partículas elementales” donde decía “-... todas las religiones son estúpidas y de ellas el Islam es la que más”. (SIC.) han conseguido que la ultraderecha francesa se apodere de sus palabras y lo lance como uno de sus seguidores.

Su última provocación es la afinidad con la secta de los Raelianos, con los que ya demostró un cierto paralelismo con sus creencias tanto en su primera novela “Lanzarote” como en “Las partículas elementales”. Ahora, en su nueva obra de inminente edición en España “La posibilidad de una isla”, profundiza aún más en el tema de la clonación de humanos y para documentarse ha asistido a varias reuniones con los Raelianos e incluso ha llegado a entrevistarse son el líder de la secta. Evidentemente, y para desconcertar más sobre su imagen, siempre que se le pregunta por su interés en los Raelianos contesta “-...me interesó mucho, pero no me gusta hablar de eso.”

Para quienes quieren saber algo más de su figura, Houellebecq escribió una pequeña autobiografía, que se puede leer desde su página web, aunque les tengo que reconocer que su lectura desconcierta si cabe aún más.

El escritor Fernando Arrabal, íntimo amigo de Houellebecq, escribió un libro titulado “Houellebecq!!!” En el que recopilaba una serie de entrevistas con el polémico escritor francés, y siempre lo ha catalogado como un tipo de lo más normal, casado, con un hijo y que pasa sus vacaciones en España, como lo hacen muchos otros de sus compatriotas, por lo que quizás todo sea una imagen estereotipada y creada por él mismo para así poder vender más ejemplares de sus obras.

jueves, 14 de enero de 2010

El gilipollas de la semana: El arzobispo de Granada


Por decir, básicamente, que a una mujer que aborta bien se la puede violar sin cargo de conciencia.

No queremos ni reproducir aquí la frase exacta de este supremo imbécil moral, Javier Martínez, arzobispo de Granada, que se atreve a dar lecciones de ética entre gilipollez y gilipollez. La declaración pueden verla en esta página de infocatolica.com, si quieren darles el placer de una página visitada. En El Jueves sólo verán nuestro galardón, que no hace honor a tamaño hijo de puta con hábito. Felicidades, monseñor, y ojalá cuando muera usted (pacíficamente, esperamos), en el purgatorio le den el premio que realmente merece. Un saludo.

Cada semana, la revista El Jueves distingue con el premio Gilipollas de la semana al portador de la jeta, los güevos o las luces cortas más destacadas de la actualidad. ¿Tienes un candidato? ¡Proponlo y serás escuchado!



miércoles, 13 de enero de 2010

Un mundo para Julius


Acabo de concluir la lectura de “Un mundo para Julius”, del escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (Compactos Anagrama, 480 páginas).

La novela es el retrato de un sector feliz y despreocupado de la oligarquía limeña que, en realidad, refleja el mundo de la oligarquía de otras muchas ciudades contemporáneas. El personaje central, Julius, un niño inteligente y bien tratado por la fortuna, un retoño feliz del bienestar, es principalmente un pretexto, el punto de continua confluencia de un sistema de costumbres y de ideas que configuran una situación teñida de buen gusto, amenazada por la fragilidad y subrayada por una injusticia terrible.

La trama irónica y humorística de esta primera novela del autor publicada, en el año 1970, nos narra la vida pesimista y dura por la que tiene que pasar este niño llamado Julius pues a su corta edad sufre la pérdida de varios seres queridos. En primer lugar su padre, luego su hermana Cinthia y finalmente su niñera Vilma a quien adoraba como a su propia madre, lo que sume a Julius en una profunda soledad que solo ve apaciguada con los demás miembros de la servidumbre que trabajan en su hogar.

El libro fue elegido como la mejor novela peruana de todos los tiempos tras una encuesta entre ochenta escritores y críticos peruanos.

Memoria y recreación de la infancia, Un mundo para Julius constituye un hito de la narrativa latinoamericana de los últimos tiempos. Ha sido traducida a varios idiomas y es lectura obligada en muchas universidades francesas, alemanas y norteamericanas. "Por la inteligencia de su factura, la ciencia de su lenguaje, la mezcla sutil de ironía, nostalgia y humor, y la aguda visión de lo real que conforman su esencia, este libro de Bryce Echenique es una de las mejores novelas escritas por un autor latinoamericano" (Gabriel García Márquez).



Alfredo Bryce Echenique
nació en Lima, Perú, en 1939. Realizó sus estudios primarios y secundarios en colegios regidos por profesores norteamericanos e ingleses. En la peruana Universidad Nacional de San Marcos obtuvo los títulos de abogado y Doctor en Letras. En 1964 se trasladó a Europa, con prolongadas estancias en Francia y España. Ahora reside de nuevo en Perú.

Sus novelas más celebradas son Un mundo para Julius, Tantas veces Pedro, La vida exagerada de Martín Romaña, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz, La última mudanza de Felipe Carillo, No me esperen en abril, Reo de nocturnidad (Premio Nacional de Narrativa 1998) y La amigdalitis de Tarzán. También es autor de los libros de relatos Dos señoras conversan, Guía triste de París y La felicidad, ja, ja. Ha reunido sus más recientes colaboraciones periodísticas en los volúmenes A trancas y barrancas y Crónicas perdidas. Es autor de libros autobiográficos como Permiso para vivir.

Fue galardonado en 1972 con el Premio Nacional de Literatura de Perú por su novela "Un mundo para Julius".

viernes, 8 de enero de 2010

El Paraíso de las Damas


Acabo de concluir la lectura de “El Paraíso de las Damas”, de Émile Zola (Debolsillo, 646 páginas).

Una novela sobre el nacimiento de los grandes almacenes en París.

Una joven huérfana, Denise, y con dos hermanos a cuestas, llega a París con intención de buscar trabajo. Recurre a un tío suyo que tiene una pañería. Sin embargo, la tienda de tejidos, como todos los pequeños comerciantes, está empezando a resentirse debido a las innovaciones que han traído los grandes almacenes. Denise se ve obligada a entrar a trabajar como dependienta en unas galerías, cuyo propietario, Octave Mouret, se enamora de ella. El nacimiento de una nueva era comercial y el amor entre clases sociales en un gran clásico del maestro Zola.



Émile Zola
(1840-1902) nació en París. Toda su niñez transcurrió en el sur de Francia, donde su padre falleció cuando él tenía siete años, dejando a su familia en la miseria. En 1858 se mudó a París y encontró su primer trabajo en una editorial. Aunque escribe diversos poemas, relatos y críticas literarias, hasta 1867 no publica su primera novela Thérèse Raquin. Entre 1871 y 1893 escribe «Les Rougon-Macquart», una serie de veinte novelas que tienen el fin de ilustrar, a través de una saga familiar, la vida parisina de finales del siglo XIX. En esta serie se incluyen obras como Nana o Germinal.

Inspirado por las teorías evolucionistas y deterministas de Darwin o Taine, Émile Zola inventó un nuevo género literario con el que penetrar en cada uno de los aspectos de la vida humana para descubrir todos los males de la sociedad: el naturalismo. Rápidamente, fue calificado de obsceno y criticado por exagerar la criminalidad y el comportamiento tanto de las clases más acomodadas como de las más desfavorecidas. En defensa del naturalismo, Émile Zola escribió varios libros de crítica literaria en los que atacaba a los escritores románticos. Entre estos escritos destacan La novela experimental (1880) y la colección de ensayos Los novelistas naturalistas (1881).

En enero de 1898, Zola publica una carta abierta en primera página del diario parisino L’Aurore. En esta carta, titulada «J’Accuse» y dirigida al presidente Faure, defiende al capitán judío Alfred Dreyfus y acusa al verdadero traidor, el capitán Esterhazy. Los efectos no se hacen esperar, Zola es condenado y desterrado a Inglaterra durante un año, pero su carta provocará la reapertura del juicio. Zola muere en su casa de París, el 29 de septiembre de 1902, intoxicado por el monóxido de carbono que producía una chimenea en mal estado. Cuatro años más tarde, el capitán Dreyfus regresará al ejército con restitución del grado y honores militares.

La doble vida de Émile Zola

Admirado y odiado, Zola se enfrentó a la sociedad de su época por defender la verdad. Pero llevó una doble vida. Zola era un escritor incómodo. Porque le obsesionaba la verdad. Desde sus primeras novelas hasta Nana o su gran éxito, Germinal (1885), y a lo largo de la veintena de títulos de la saga monumental de los Rougon-Macquard, reveló la parte más cruda de la sociedad francesa, renegando del idealismo romántico y de la hipocresía burguesa. En sus obras de ficción, muy documentadas, denunció el arribismo, las componendas y la reestructuración social en la Francia de la Segunda República. Él había vivido esos cambios al volver a París siendo joven, junto a su íntimo amigo de la infancia pasada en Aix en Provence, el pintor Paul Cézanne, con quien compartió las miserias de la vida bohemia en el París de los impresionistas cuando éstos eran considerados poco más que unos artistas rebeldes y repudiados. A Zola le fue bien, pese a todo. Su estilo descarnado y el gran proyecto novelístico emprendido, lo señalaron como el padre del naturalismo. Se convirtió en una gloria nacional. Llegó un momento en que el éxito, la fama y la riqueza derivados de sus libros y su publicación en forma de folletín, lo auparon a la posición de la élite intelectual. A la cómoda y tranquila existencia, junto a su esposa Alexandrine Meley, algo mayor que él y compañera leal desde sus inicios.

Hacia 1888 todo parecía rodar suavemente en su vida. El viaje a un balneario en Royen, sobre la costa atlántica, en compañía de su editor Georges Charpentier, el pintor Fernand Desmoulin y Alexandrine, se perfilaba como el de unas vacaciones estivales relajantes e intrascendentes. Pero fue ahí donde su vida se empezó a desdoblar. Por un lado, sus dos compañeros de viaje y el alcalde de la ciudad, Victor Billaud -asiduo visitante a su residencia-, lo iniciaron en la afición por la fotografía. Un pasatiempo que se convirtió rápidamente en una práctica sistemática, una forma de atesorar detalles de la realidad que reflejaba en sus novelas, aunque curiosamente, no la utilizara con fines literarios.

Por el otro, en esos cálidos días de verano este hombre de 48 años, con cerca de cien kilos de peso, se enamoró perdidamente de Jeanne Rozerot, la joven y esbelta costurera de 21 años que acompañaba a su esposa. ¿Cómo sucedió? Quizá, cualquier tarde, cuando estaban a punto de salir, Zola descubrió que llevaba un botón de la chaqueta algo suelto. Y cuando Jeanne se lo cosió, con prisas, y cortó el hilo con sus dientes ahí mismo, sobre su cuerpo, el escritor sintió una punzada que revivió pasiones dormidas durante mucho tiempo. El caso es que él y Jeanne se hicieron amantes y, con el tiempo, tuvieron dos hijos, Denise y Jacques. Con Alexandrine no había tenido descendencia, y el autor de La bestia humana se volcó en su segunda familia con responsabilidad, cariño y dedicación. Como no se admitía el divorcio, siguió llevando una vida oficial junto a Alexandrine y otra secreta junto a Jeanne y sus hijos, a quienes instaló en Verneuil, no muy lejos de su residencia de Médan a orillas del Sena, y veía casi a diario.

La fotografía se convirtió en su forma de legitimar esa existencia. Jeanne fue su musa y su modelo en centenares de placas. Una de ellas muestra al escritor y Alexandrine, maduros, entrados en carnes, muy rectos, cogidos fríamente de la mano. Luego hay otras de Jeanne joven y esbelta, montando en bicicleta, o cubierta apenas con un paño blanco, con los hombros y los brazos desnudos, o casi de espaldas destacando también la desnudez de sus hombros y su nuca. En otra foto, Zola -con unos 25 kilos menos- y Jeanne se estrechan como en un baile, muy pegados. Unidos. Luego están las fotos de sus hijos. Escenas familiares, comidas al aire libre, paseos, los juegos de los chicos. Más adelante, los niños como modelos al capricho de su padre, disfrazados, posando en distintas actitudes, corriendo por el campo.

Émile Zola llegó a hacer cerca de 7.000 placas desde 1888 hasta su muerte en 1902. Compró los equipos más sofisticados de la época e instaló tres laboratorios para su revelado. Le gustaba trabajar en series, quizá influido por los pintores impresionistas, a quienes defendió desde un principio como crítico de arte, en sus primeros artículos periodísticos. Le interesan los paisajes, tanto los de la ciudad como los del campo. La arquitectura. Los cambios que traen las estaciones. Las personas y sus oficios. Los eventos, como la Exposición Universal de 1900, que documenta con su cámara en sus grandes fases, como la construcción de la torre Eiffel.

También deja constancia de sus viajes, a Roma, el exilio en Londres... Porque Zola seguía haciendo fotografías aun durante los dramáticos días del caso Dreyfus. Uno de los juicios más célebres de la historia donde el escritor tuvo la valentía de denunciar la corrupción y el complot entre los más altos estamentos militares, de resultas de una causa por espionaje que condenó de por vida a un inocente capitán judío a la prisión de la Isla del Diablo. Su histórica carta al presidente de la República, titulada J'accuse, publicada en L'Aurore el 13 de enero de 1898, le valió a él mismo ser juzgado y condenado, viéndose obligado a huir a Londres durante casi un año para continuar sus arengas a favor de la revisión del caso. Al final, la verdad triunfó. Aunque no en la vida personal de Zola. Murió inesperadamente, asfixiado por el monóxido de carbono de una estufa con la chimenea obstruida, el 29 de septiembre de 1902, en París. Al día siguiente se le esperaba para la ceremonia de readmisión de Dreyfus en el ejército. Iban a estrechar sus manos por primera vez.

"La escisión de esta doble vida que he tenido que vivir ha terminado por desesperarme", escribe Zola en una carta. "Jeanne me ha tributado el regio festín de su juventud y devuelto a mis treinta años, haciéndome el hermano mayor de mi Denise y de mi Jacques". Alexandrine se había enterado de la relación con Jeanne a través de una carta anónima y, por más que instó a su marido a dejarla, no lo consiguió. Tras la muerte de Jeanne, algún tiempo después, Alexandrine adoptó a sus dos hijos para que fueran los herederos legales de su padre.


martes, 5 de enero de 2010

Patricia Conde se desmelena

La presentadora del programa de La Sexta "Sé lo que hicisteis..." ha ido un pasó más allá y en un alegato en defensa del honor a las mujeres se ha presentado delante de las cámaras, y bajo la atónita mirada de sus compañeros, en paños menores.

domingo, 3 de enero de 2010

Sexo, vino y más sexo

Los inocentes


Acabo de concluir la lectura de "Los inocentes", de Hermann Broch (Debolsillo, 342 páginas).

En 1950, a partir de varios relatos que habían sido publicados en prensa y seis poemas que conservan el lirismo de algunos pasajes de La muerte de Virgilio, Broch construyó Los inocentes, una novela desgarradora en la que, a través de sus personajes femeninos -la baronesa W., Zerline, Hildegard y Melitta- asistimos a la decadencia, la apatía y el desencuentro de la sociedad alemana de entreguerras que permitirá la ascensión del fascismo, y en la que ya no queda lugar para la inocencia.

Una de las felices contradicciones del modernismo literario, movimiento dentro del cual podemos incluir, en un sentido amplio, la novelística de Hermann Broch (1886-1951), junto con la de Mann, Musil, Joyce, Woolf, Faulkner, Svevo y tantos otros, es que, si bien se presenta como un movimiento de ruptura violenta con el pasado, mantiene todavía una fe inalterada en la unidad y la importancia del ser humano. Y sigue considerando la psique, alma o existencia mental del individuo como centro y metro de platino iridiado de todas las cosas.

Existen, de hecho, dos ramas del modernismo bien diferenciadas: la de Kafka, Beckett o Gombrowicz, cuyos personajes no tienen entidad psicológica y son meros fantoches, y la de Joyce, Woolf, Proust o Broch, que aspiran a una sensación de realidad interior casi trascendental. Siempre se ha afirmado que el sujeto de las novelas modernistas es un sujeto alienado, pero hay una diferencia radical entre la alienación de Leopold Bloom, Mrs. Ramsey o Pasenow (Joyce, Woolf, Broch) y la de K., Molloy o Ferdydurke (Kafka, Beckett, Gombrowicz). Los primeros son personas reales, sujetos psicológicos alienados del mundo; los últimos, metáforas de la alienación.

Dicho de otra forma: la línea de modernismo dentro de la cual se inscribe la obra de Broch tiene una decidida voluntad realista, aunque no en el sentido del «realismo» del siglo XIX porque el realismo modernista no pretende explicar la realidad ni tampoco las razones de los personajes, sino presentar la magnitud y la complejidad de lo real en frescos o en encendidas rapsodias donde no todo es inteligible y donde la experiencia parece presentarse y aprehenderse en un devenir de destellos caóticos y fragmentarios. Esta es, precisamente, la tarea que se impuso Hermann Broch: representar no la realidad ni la sociedad ni la mentalidad de su tiempo, sino más bien su fascinante complejidad, su caracter polifónico, y representar, además, la forma en que una psique vive en el mundo, con su carga de sueños y deseos inexpresados, fábula y cálculo, percepción e ilusión, y la forma en que ambas, esta psique y este mundo, entran en colisión la una con el otro.

Para representar la complejidad del mundo moderno, para poder englobar en su amplio compás expresivo todos los matices y tornasoles de la psique en su trasiego por el mundo, Broch diseñó novelas que eran reuniones de elementos completamente heterogéneos entre sí desde el punto de vista de la forma, el género, el estilo y el contenido.

Los inocentes, una de las últimas obras de Broch, representa otro paso más en su técnica de componer novelas a partir de piezas disímiles. En este caso, la singularidad se produce porque la obra no es realmente una novela en el sentido convencional, sino una serie de relatos escritos por Broch en distintas épocas y más tarde reescritos y reunidos por medio de extensos poemas. En opinión de Milan Kundera (El arte de la novela), a menudo las piezas son demasiado disímiles y no logran una buena integración, y ese ligero rechinar entre las distintas piezas, esa sugerencia llena de posibilidades que se escapa entre los fuelles de una maquinaria ingeniosa pero que no funciona todavía a la perfección es lo que da a las novelas de Broch, precisamente, tanto encanto -ya que la perfección, a menudo, es aburrida-. Contemplar una novela de Broch es contemplar también el taller de un escritor, y no siempre es fácil ser admitido en esta clase de lugares sagrados y secretos.



Hermann Broch
(1886-1951) nació en Viena en una familia acomodada de origen judío. Cursó estudios de ingeniería textil y trabajó largo tiempo en la fábrica de su padre. En 1928 abandonó sus actividades en la industria para dedicarse por entero a la literatura y a sus estudios de filosofía, matemáticas y psicología. Perseguido por la Gestapo en 1938, logró salir de la cárcel gracias a la intervención de algunas personalidades, entre ellas James Joyce, y huir primero a Inglaterra y luego a Estados Unidos, donde falleció en la ciudad de New Haven. Aparte de una importante obra como ensayista, en el campo de la narrativa dejó varias obras capitales para la literatura contemporánea: La muerte de Virgilio, Los inocentes y la trilogía de Los sonámbulos, que, escrita entre 1931 y 1932, incluye Pasenow o el romanticismo, Esch o la anarquía y Huguenau o el realismo.

viernes, 1 de enero de 2010

Lolita


Acabo de concluir la lectura de "Lolita", de Vladimir Nabokov (Compactos Anagrama, 392 páginas)

En su versión más explícita, la novela es la confesión escrita de Humbert Humbert, a los jueces del tribunal que va a juzgarlo por asesino, de aquella predilección suya por las niñas precoces, que, creciendo con él desde su infancia europea, alcanzaría su climax y satisfacción en un perdido pueblito de Nueva Inglaterra, Ramsdale. Allí, con la aviesa intención de llegar más fácilmente a su hija Lolita, H. H. desposa a una viuda relativamente acomodada, Mrs. Charlotte Becher Haze. El azar, en forma de automóvil, facilita los planes de Humbert Humbert, arrollando a su esposa y poniendo en sus manos, literal y legalmente, a la huérfana.

La relación semi-incestuosa dura un par de años, al cabo de los cuales Lolita se fuga con un autor teatral y guionista cinematográfico, Clare Quilty, a quien, luego de una tortuosa búsqueda, Humbert Humbert da muerte. Éste es el crimen por el que va a ser juzgado cuando se pone a escribir el manuscrito que, dentro de la mentirosa tradición de Cidi Hamete Benengeli, dice ser Lolita.

Humbert Humbert cuenta esta historia con las pausas, suspensos, falsas pistas, ironías y ambigüedades de un narrador consumado en el arte de reavivar a cada momento la curiosidad del lector. Su historia es escandalosa pero no pornográfica, ni siquiera erótica. No hay en ella la menor complacencia en la descripción de los avatares sexuales —condición sine qua non de la pornografía— ni, tampoco, una visión hedonista que justificaría los excesos del narrador-personaje en nombre del placer.

Humbert Humbert no es un libertino ni un sensual: es apenas un obseso. Su historia es escandalosa, ante todo, porque él la siente y la presenta así, subrayando a cada paso su «demencia» y «monstruosidad» (son sus palabras). Es esta conciencia transgresora del protagonista la que confiere a su aventura su índole malsana y moralmente inaceptable, más que la edad de su víctima, quien, después de todo, es apenas un año menor que la Julieta de Shakespeare. Y contribuye a agravar su falta y a privarlo de la conmiseración del lector, su antipatía y arrogancia, el desprecio que parecen inspirarle todos los hombres y mujeres que lo rodean, incluidos los bellos animalitos semipúberes que tanto lo inflaman.

Más que la seducción de la pequeña ninfa por el hombre taimado, tal vez ésta sea la mayor insolencia de la novela: el rebajamiento a fantoches risibles de toda la humanidad que asoma por la historia. Una burla incesante de instituciones, profesiones y quehaceres, desde el psicoanálisis —que fue una de las bestias negras de Nabokov— hasta la educación y la familia, permea el monólogo de Humbert Humbert. Al pasar por el tamiz corrosivo de su pluma, todos los personajes se vuelven tontos, pretenciosos, ridículos, previsibles y aburridos.

Se ha dicho que la novela es, sobre todo, una crítica feroz del universo de la clase media norteamericana, una sátira del mal gusto de sus moteles, de la ingenuidad de sus ritos y la inconsistencia de sus valores, una abominación literaria de aquello que Henry Miller bautizó: «la pesadilla refrigerada». Por su parte, el profesor Harry Levin explicó que Lolita era una metáfora que refería el sentimiento de un europeo que, luego de caer rendido de amor por los Estados Unidos, se decepciona brutalmente de este país por su falta de madurez.

Lolita hizo a Nabokov rico y famoso pero el escándalo que rodeó su aparición creó en torno a esta novela un malentendido que ha durado hasta nuestros días.

El hecho es que cuatro editoriales norteamericanas rechazaron el manuscrito de Lolita antes de que Nabokov lo entregara a Maurice Girodias, de Olympia Press, editorial parisina que publicaba libros en inglés y que se había hecho célebre por el número de juicios y decomisos de que había sido víctima, acusada de obscenidad y de atentar contra las buenas costumbres. La novela apareció en 1955 y un año después fue prohibida por el ministro francés del Interior.

En poco tiempo, había universalizado un nuevo término, la «lolita», para un nuevo concepto: la niña-mujer, emancipada sin saberlo y símbolo inconsciente de la revolución de las costumbres contemporáneas. En cierto modo, Lolita es uno de los hitos inaugurales, y, también, sin duda, una de sus causas, de la era de la tolerancia sexual, la evaporación de los tabúes entre los adolescentes de Estados Unidos y de Europa occidental que alcanzaría su apogeo en los sesenta.

La nínfula (término que por una razón acústica carece de toda la ambigüedad perversa e incitante del neologismo original: the nimphet) no nació con el personaje de Nabokov. Existía, qué duda cabe, en los sueños de los pervertidos y en las ansias, ciegas y trémulas, de las niñas inocentes, y la evolución de los hábitos y la moral la iba cuajando, irresistiblemente. Pero, gracias a la novela, perdió su semblante vago y se corporizó, abandonó su clandestinidad nerviosa y ganó derecho de ciudad.

Una gran obra literaria admite siempre lecturas antagónicas, es una caja de Pandora donde cada lector descubre sentidos, matices, motivos y hasta historias diferentes. Éste es el caso de Lolita, que ha hechizado a los lectores más superficiales a la vez que seducía con su surtidor de ideas y alusiones y la delicadeza de su factura al ilustrado que se acerca a cada libro con el desplante que lanzó aquel joven a Cocteau: Étonnez-moi!



Vladimir Nabokov
(1899-1977) es uno de los más extraordinarios escritores del siglo XX. Nacido en 1899, en San Petersburgo, en una familia de la aristocracia rusa —su abuelo paterno había sido ministro de Justicia de dos zares y su padre un político liberal al que asesinaron unos extremistas monárquicos, en Berlín—, Vladimir Vladimirovich Nabokov había recibido una educación esmerada, que hizo de él un políglota. Tuvo dos niñeras inglesas, una gobernanta suiza y un preceptor francés, y estudió en Cambridge antes de expatriarse, con motivo de la revolución de octubre, a Alemania. Aunque su libro más audaz (Pale Fire) sólo saldría en 1962, cuando apareció Lolita el grueso de la obra de Nabokov estaba ya publicado. Era vasta pero apenas conocida: novelas, poemas, teatro, ensayos críticos, una biografía de Nikolai Gogol, traducciones al y del ruso. Había sido escrita al principio en ruso, luego en francés y, finalmente, en inglés. Su autor, que, luego de Alemania, vivió en Francia, optó finalmente por los Estados Unidos, donde se ganaba la vida como profesor universitario y practicaba, en los veranos, su afición segunda: la entomología, especialidad lepidópteros.

En Anagrama se le ha dedicado una “Biblioteca Nabokov” que recoge una amplísima muestra de su talento narrativo. En “Compactos” se han publicado los siguientes títulos: Lolita; Pálido fuego; Ada o el ardor; El hechicero; Habla, memoria; Pnim; Mashenka; La defensa; Rey, Dama, Valet; La verdadera vida de Sebastian Knight; El ojo; Desesperación; y Risa en la oscuridad; mientras que La dádiva; y Una belleza rusa; pueden encontrarse en “Panorama de narrativas”.