domingo, 10 de mayo de 2009

¡Un hervor de educación ciudadana, por favor!


He de reconocer que no soy un amante de los animales, bastante tengo ya con tratar de convivir, comprender y amar a los “racionales” de mi especie. Por lo que se refiere a los perros me atraen los de tamaño grande, en especial los pastores alemanes, y sobre todo contemplarlos en su “hábitat” natural, en el campo. También aprecio a los perros “lazarillo” y a cuantos desempeñan labores de vigilancia, policía y humanitarias. Pero a los que detesto son a los perros falderos que habitan con sus dueños y que, consentidos por ellos, se apropian de las vías públicas molestando a los viandantes y ensuciándolas con sus excrementos. Pero lo que ya no puedo soportar es que un perro me moleste dentro de un establecimiento público.

Todo esto viene a cuento de un incidente que tuve hace unos días cuando fui a comprar el periódico al “Dados”. Resulta que entró una señora, por llamarla de alguna manera, acompañada de un perro que se dedicó a olisquearme los pantalones e incordiarme ante la pasividad de la dueña. Me dirigí a ella indicándola que retirará el animal de mi lado, a lo que me respondió indignada que su perro no me estaba molestando y que yo era un antipático. La expliqué que no se permitía la entrada de animales, a lo que ella, cada vez más enojada, dijo que no había ningún producto que estuviera sin envasar y que su perro podía estar allí tranquilamente.

Pero la cosa no quedó ahí, empezaron los insultos y las palabras soeces, ante la pasividad y perplejidad de Raúl, el propietario del establecimiento, y de algunos clientes. Menos guapo, me llamó de todo. Por mi parte, me fui calentando y la puse a caer de un burro. Estuvimos a punto de llegar a las manos. Menos mal que en un momento de calma pagué el periódico y abandoné el local no sin antes afearla su conducta y allí la dejé despotricando.

Su perfil personal no me es desconocido. Hace unos tres años tuve en el mismo lugar otra enganchada por el mismo motivo, con otra mujer de similares características, y con los mismos resultados. Y el año pasado, de nuevo me topé con otra y su perro, esta vez en la calle durante mi paseo, como si fuera un calco de las otras. Siempre una mujer, mayor de sesenta años, con cara de amargada, de un nivel cultural muy bajo, con un lenguaje soez, que acompañada de su puto perro se toma el mundo por montera, acostumbrada a que nadie la llame la atención.

Este incidente y el recuerdo de los dos anteriores, vino a reafirmar mi creencia de que a un gran número de españolitos les hace falta un “hervor” muy grande de educación ciudadana y canina.

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