Acabo de concluir la lectura de "El contador de historias", de Rabih Alameddine (Debolsillo-Premium, 662 página).
Escuchad. Dejad que os guíe en un viaje hacia los confines de la imaginación. Dejad que os cuente una historia...
Así empieza a hablar Osama, el hombre recién llegado a Beirut que a lo largo de estas páginas nos desvelará los secretos de su estrafalaria familia y muy en especial del abuelo, un hombre que había dedicado su vida al ilustre oficio de contar historias en bares y mercados. Nadie como él sabía hablar de héroes y villanos, de princesas y esclavas, de tesoros ocultos en ciudades encantadas; nadie sabía mezclar tan sabiamente los hilos de la realidad y la leyenda; nadie, en fin, mejor que él para hacer de la vida un cuento mágico. Osama decide seguir los pasos del abuelo y El contador de historias es su manera de llevarnos a un mundo donde todo es posible, incluso la felicidad.
Rabih Alameddine tardó años en descubrir cuál era su vocación. Tras dejar Líbano cuando tenía diecisiete años e instalarse en California, se licenció en ingeniería porque le gustaban las matemáticas, pero pronto abandonó la profesión. Intentó luego interesarse por la psicología clínica, y finalmente se dedicó algunos años a la pintura, solo para descubrir que nunca destacaría en este campo.
Un día, cuando ya estaba cansado y deprimido, probó suerte con la escritura y se dio cuenta de que ese era el oficio al que quería dedicar el resto de su vida. Empezó publicando una novela titulada Yo, la Divina y una colección de cuentos.
Después de años de intenso trabajo, con El contador de historias ha logrado que tanto la crítica más exigente como el público valoren su trabajo. Traducida a diez idiomas y alabada por la prensa internacional, esta es la novela que está destinada a convertirse en Las mil y una noches del siglo XXI.
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