domingo, 28 de junio de 2009

Adiós, Victoriano


Periodista y escritor hasta el final. Victoriano Crémer, el decano de los narradores leoneses, el poeta más longevo de España, moría ayer en el León de su alma a los 102 años de edad. En la redacción de este periódico aún descansan, huérfanas, catorce columnas suyas, las últimas que había enviado. Esas cuartillas —cómo no, escritas a máquina— son la mejor metáfora de una vida dedicada por entero a contar la realidad, a pasarla por la ceranda del genio inigualable, del talento, del humor, de la sencillez, de la humanidad. Escribía todos los días. Era lo único que quería: «Que me dejen escribir», decía. Y también: «Quiero vivir y morir en León».

En la madrugada de ayer, el bondadoso, el enorme corazón de Victoriano se detenía para comenzar a transitar los caminos de la historia. Detrás, un siglo de vida y de historia de España, de la más vibrante y esforzada historia de la poesía, la novela y el periodismo español y leonés. Llevaba varios días hospitalizado con un complicado cuadro médico a causa de su avanzada edad. Parecía que no podría ocurrirle nunca nada, así nos tenía acostumbrados. Lo veíamos poder con todo. Sobrevivir a las más crueles penalidades y a las más íntimas soledades. Ser la memoria y la palabra de una ciudad tan huraña como entrañable a la que él quiso como ninguno y con la que llegó a identificarse por completo.

El Cronista Oficial de León era un superviviente que se inventaba cada día a sí mismo. Y lo hacía golpeando implacable su vieja Olivetti, como también antes lo había hecho lanzando al aire, desde los micrófonos, su voz audaz, incisiva, poniendo a cada uno en su lugar, el pueblo pegado a la radio escuchando a Crémer hablar como el pueblo, dicéndolo todo con ritmo y con arte, la verdad llegaba a veces envuelta en rima, refrán, romance, soneto o sentencia popular, con Victoriano la verdad ha viajado en todos los vehículos posibles. Jornada a jornada. Más de cien años y escribiendo todos los días. Caminando sin bastón, hasta hace nada, por la avenida Madrid o por la Puertamoneda que la gente dice Portamonedas, tomando su café, charlando con los amigos y los conocidos, subiendo al «Palomar del sordo» a escribir trazos, a dibujar versos, a contarnos cómo es su mundo, consiguiendo con ello hacer más habitable el de todos.

Boqueó entre la miseria del Burgos y arrabales del Bilbao de principios de siglo. Aprendió el lenguaje del hambre. Se percató del abandono y la ignorancia en la que vivían el obrero y el campesino. Hizo frente a la brutalidad del fascismo y a sus mil y una torturas y subsistió en una ciudad acosada por el frío, el miedo y la necesidad. Se acercó al mundo de los periódicos desde abajo, como tipógrafo, y creció como poeta, narrador y dramaturgo entre el barro, las amenazas y las sospechas continuadas. Publicó libros como quien da pequeños pasos, uno a uno, poco a poco, movido por la necesidad de dar voz a los que han sido callados de un latigazo. Renovó la poesía española a través de una revista, Espadaña, que está en todos los repertorios de la literatura hispana hablando, precisamente, de la realidad en una época en la que la realidad misma estaba prohibida.

León se detenía en seco cuando se dirigía por radio a los leoneses. «Calla, chico, que habla Crémer», se decía en las casas. Glosó, criticó, mantuvo polémicas, ganó premios, siguió ganando premios, los mejores de ellos... Pero, eso sí, continuó viviendo en León, en su León de siempre, tratándolo con la afabilidad de un viejo maestro en su cotidiano Crémer contra Crémer, recriminándole cariñosamente sus faltas, incidiendo en el meollo de los problemas, grandes o pequeños, sin lastres y sin hipotecas —nada le era ajeno—. Y así un día tras otro, una página tras otra. Caminando por la literatura y por la vida sin bastón. En ambas orillas.

La lista de sus galardones y reconocimientos es interminable: los primeros fueron el Premio Boscán del Instituto de Cultura Hispánica (1951), Premio Ondas de Radio (1959), Premio Nacional de Poesía (1963), Beca March de Literatura (1966) y Premio Punta Europa (1965), a los que siguieron el Premio Ciudad de Palma de Teatro, Premio de Novela Nueva España de México, Premio Ciudad de Barcelona de poesía castellana, Premio de la Junta de Castilla y León de las Letras, Doctor Honoris Causa de la Universidad de León (1991), Académico de Honor de la Institución Fernán González de Burgos, Presidente de Honor del Instituto de Estudios Cidianos de Burgos, Miembro de la Academia Castellana y Leonesa de Poesía, Medalla de Oro de la Cámara Oficial de Comercio de León, Medalla de oro de Arte (Santander), Cronista Oficial de la Ciudad de León, Hijo adoptivo de León y de Villafranca del Bierzo... los más recientes fueron los de Leonés del año (1992), Juglar de Honor de Fontiveros, Premio Castilla y León de las Letras (1994), Premio León Felipe de Poesía (junto a Eugenio de Nora) (1998), Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo (2007), Premio Gil de Biedma de Poesía, de la Diputacion Provincial de Segovia (2008) y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (2008).

La capilla ardiente ha quedado instalada, desde el mediodía de ayer, en la sala 10 del tanatorio de la ciudad. Mañana lunes, a las 11.30 horas en la iglesia del Mercado, el pueblo de León despedirá a su don Victoriano. Descanse en paz.

(Diario de León)

No hay comentarios:

Publicar un comentario