miércoles, 14 de enero de 2009

"CEREZO ROSA"

Son las 20 horas y decido concluir la jornada laboral. Ha sido un día cabrón, con muchísimo frío y con mi estado físico y anímico por los suelos. La bronquitis, el antibiótico, el mucolítico y la madre que los parió a todos me están jodiendo vivo. Estoy de puro nervio por no poder fumar, tengo un mono que para qué. Me tomo la temperatura cada poco y no paso de 35 grados, pero la cabeza la tengo chunga, debe ser el efecto del antibiótico.

En mi familia, salvo mi hijo y mi mujer, ninguno tenemos dotes ni oído para la música, y cuando hablo de familia incluyo a padres, abuelos, tíos, sobrinos, primos y demás adlátares. Lo siento por mi hija y su aprendizaje con la guitarra eléctrica, pero como lo cortés no quita lo valiente: “ánimo Mónica, tú si que vales”. Todo esto viene a cuento de una pequeña historia de la que fui protagonista de chiquillo.

“Hace un porrón de años, un animoso padre estaba empeñado en que su primogénito fuera un virtuoso de la “bandurria” para que pudiera amenizar los festejos y reuniones familiares, y a tal fin le puso un profesor particular para que le enseñara la práctica de tal instrumento. Pero he aquí, que al tal profesor se le ocurre la peregrina idea de iniciar al chaval en el conocimiento del “solfeo” lo que terminó por cabrearle, y un buen día harto del profesor, de su padre y de toda la familia, se plantó y mandó a tomar por culo dicho instrumento de cuerda.

Pasado un tiempo y ante la insistencia del padre decidió practicar, de oído y en solitario, otro instrumento musical: “la armónica”. A base de tesón, con el tiempo, se hizo con un pequeño repertorio que le permitió obtener unas pelillas con las que aplacar su maltrecha economía. Durante unos años la armónica fue su compañera inseparable y “cerezo rosa” su interpretación más celebrada. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.



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