jueves, 29 de enero de 2009

Cuatro kilómetros marcha

Hoy, después de 24 días de inactividad física, me doy una alegría y reanudo mis habituales paseos nocturnos para ejercitar el cuerpo y despejar al tiempo el espíritu. El mismo itinerario de costumbre y la misma distancia y duración: cuatro kilómetros, cincuenta minutos. Ya sé que no es para tirar cohetes, pero con 65 tacos y teniendo problemas cardiovasculares estimo que es bastante meritorio.

Sin tiempo para realizar estiramientos y dada la temperatura ambiente a estas horas, de nueve grados, me equipo debidamente para la ocasión calzándome mis zapatillas de deporte que en su día fueron blancas, mi pantalón, mis dos camisetas, el jersey, el plumas, la braga, el gorro de lana y los guantes. Me proveo de teléfono móvil, llavero, monedero con lo justo para salir del paso, y documentación básica y como parece que está lloviendo me sujeto en la muñeca un paraguas de bolsillo.

Ya en el portal me doy ánimos y salgo al exterior con el temor de resentirme por tantos días de inactividad. A paso ligero, a modo de calentamiento, inicio la marcha Avenida Miguel Castaño hacia abajo, cruzo la calle frente a la entrada de Mercadona y por la acera de los pares sigo por la plaza de Santa Ana y continúo hasta el cruce de Fernández Ladreda. Con paso más rápido, recorro esta avenida hasta la Plaza de Toros que rodeo para tomar la calzada superior de la Avenida de la Facultad de Veterinaria hasta la Plaza de Guzmán el Bueno desde donde me dirijo por la calle de la República Argentina hacia el jardín de San Francisco y desde allí tomo Miguel Castaño hasta el portal de casa donde finalizo la marcha sin ningún percance y todo sudado.

En mi recorrido me topo con cuatro iglesias: Santa Ana, San Claudio, Santa Nonia y San Francisco. Con cinco farmacias, cuatro supermercados, dos pastelerías, innumerables bares y cafeterías, kioscos de periódicos y establecimientos comerciales de todo tipo. También paso delante de la Comandancia de la Guardia Civil, del Conservatorio de Música y del edificio de Correos. Y además hoy me he encontrado con seis perros de paseo con sus amos, tres hembras y tres varones. Pocos viandantes, y los bares y cafeterías practicamente vacíos, como para tocar madera.

La Lastra sigue igual, fantasmagórica, con tan sólo un edificio habitado el del INTECO y los pocos iniciados sin concluir, recordatorio permanente de la crisis inmobiliaria. La mole de la Comandancia de la Guardia Civil, ya con la bandera arriada y el cuerpo de guardia vigilante cada día me parece más lúgubre y la Plaza de Toros cubierta, ahora denominada pomposamente León Arena, añorando tiempos mejores. La estatua del bueno de Guzmán indicando con energía, mano y puñal en ristre, el camino de la Estación de RENFE a aquellos visitantes que no se encuentran cómodos en la ciudad, que como dice el dicho popular: “Si no te gusta León, ahí tienes la estación”.

En el solar que actualmente ocupan los edificios del Conservatorio y de Correos, no hace muchos años se levantaba la siniestra mole del Hospicio del Obispo Cuadrillero, con su torno, sus miserias, sus monjitas de amplias tocas y sus enormes cadenas. Allí era costumbre despedir los cortejos fúnebres, los de las carrozas de caballos y hospicianos acompañando los duelos. Enfrente la Iglesia de San Francisco con sus descalzos padres capuchinos y el brasas del Padre Javier de Valladolid con su programa radiofónico diario en la sobremesa pidiendo limosna para los pobres.

A pesar de realizar el mismo itinerario durante todo el año, no todos los días son iguales, ni se ven las mismas personas, ni los mismos perros, ni andas con las mismas ganas. La climatología marca las diferencias. Con la llegada del buen tiempo las cosas cambian y el itinerario sufre una pequeña variación al llegar a la Plaza de Toros en donde tomo la parte baja del paseo, denominado de Papalaguinda, ya que al parecer hace años había muchas guindos en la zona y según el dicho popular una niña al ver los frutos le dijo al padre,”papá la guinda”.

En Papalaguinda, paseo que vi construir, me entretengo recordando momentos muy felices de mi niñez, adolescencia y juventud. El Casino con su cafetería, su piscina y sus bailes; la zona donde instalaban la Feria y los Circos; aquellas pequeñas Ferias de Muestras, donde probé por vez primera los “perritos calientes” y los auténticos “pinchos morunos”; la pérgola y sus bailes en las fiestas de San Juan; y aquellos largos paseos en tropel de chicos y chicas.

La única nota discordante del paseo, en cualquier época del año, la ponen los desalmados integrantes de las bandas de los papones negros que no paran de dar la murga desde el interior de la iglesia de Santa Nonia con sus instrumentos de música, si bien por la época en la que nos encontramos y ante la cercanía de la Semana Santa parece que están más entonados.

Y así, un día tras otro, mientras el cuerpo aguante y el tiempo no lo impida, me solazo con mi paseo inmerso en mis refexiones, recuerdos y ensoñaciones.

2 comentarios:

  1. Cuando sea mayor me gustaria poder contar lo que usted cuenta hoy, un aplauso.
    ¿Sabe que ha rodeado mi casa por completo? vivo en Maestro Nicolás (ja ja)

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  2. 50 minutos está MUY bien!!! Es lo que yo suelo caminar estos días, cuando el tiempo (y las ganas) me lo permiten.

    Hoy "descubrí" su blog y prometo darme una vueltita de vez en cuando porque me gusta su estilo (el mío no le gustará nada, jaja!)

    Un saludo

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