Tengo frente a mi domicilio un establecimiento dedicado a la venta de prensa, revistas y chuches que lo regenta un mocetón de la montaña llamado Raúl.
Todas las mañanas, a primera hora, me acerco a comprar El País y aprovecho la ocasión para cotillear un poco sobre los parroquianos y a veces nos ponemos más transcendentes y debatimos sobre todo lo divino y humano con la pretensión de arreglar los problemas más candentes de la humanidad.
Hace unos días Raúl ha sido padre por segunda vez de otro niño. Casado con una eslovaca, que trabaja en la Universidad y, que ejerce en la pareja el papel dominante, me tiene al buen mocetón un tanto mosqueado y desquiciado.
Como no podía ser de otra manera uno de los temas recurrentes de nuestras charlas es el del matrimonio y la paternidad. Como buen pensante duda al respecto con cierta frecuencia. Que si es bueno, que si es malo, que si esto o lo otro y así le dejo al buen hombre muchos días sumido en sus cavilaciones.
Todas las mañanas, a primera hora, me acerco a comprar El País y aprovecho la ocasión para cotillear un poco sobre los parroquianos y a veces nos ponemos más transcendentes y debatimos sobre todo lo divino y humano con la pretensión de arreglar los problemas más candentes de la humanidad.
Hace unos días Raúl ha sido padre por segunda vez de otro niño. Casado con una eslovaca, que trabaja en la Universidad y, que ejerce en la pareja el papel dominante, me tiene al buen mocetón un tanto mosqueado y desquiciado.
Como no podía ser de otra manera uno de los temas recurrentes de nuestras charlas es el del matrimonio y la paternidad. Como buen pensante duda al respecto con cierta frecuencia. Que si es bueno, que si es malo, que si esto o lo otro y así le dejo al buen hombre muchos días sumido en sus cavilaciones.
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