lunes, 12 de enero de 2009

LA LEYENDA DE LA PAPISA JUANA




Una mujer llegó al trono pontificio sin ser descubierta por el colegio cardenalicio hasta que… Hasta que dio a luz un varón. La historia, teñida por la melancolía de la leyenda, cuenta que había una joven muy hermosa, Juana, que vivía en no se sabe exactamente el lugar (Alemania, Inglaterra, Francia o hasta Constantinopla).

Juana era una mujer muy culta y para poder seguir estudiando se disfrazó de hombre Haciéndose llamar Juan Anglicus. Pero una versión menos pía cuenta que más bien para seguir amando, porque Juana -que también pudo llamarse Margarita, Gilberta o Isabel- se enamoró del Abad de Fulda y para entrar en el monasterio, vivió disfrazada de fraile.

Cuando murió su amante, continuó su sabiduría y ascenso religioso. Primero fue consagrada sacerdote, luego obispo y siguiendo el colofón, cardenal y, finalmente, Papa. Juana, sucedió a su antecesor León IV, con el nombre de Juan VIII en el año 855.

Pero la joven Juana, además de saborear los placeres del poder eclesiástico, quiso seguir disfrutando de los placeres carnales y se volvió a enamorar -no está muy claro si fue de un paje o de un cura- apasionadamente. La fuerza de su amor fue tal que se quedó embarazada. Las vestimentas ampulosas pudieron esconder el abultado vientre hasta que un día -ya próximo al final de la gestación- tuvo que presidir la procesión del Corpus Christi.

El trayecto desde San Pedro a Letrán -entre el Coliseo y San Clemente- se hizo en una silla. Y, mientras estaba allí sentada, llegó el momento del parto. Juan VIII, es decir Juana, dio a luz delante del pueblo de Roma. Los espectadores indignados la apedrearon y la mataron y ahogaron al bebé. Otros relatos, mas piadosos, dicen que Juana entró en un convento para expiar sus pecados y su hijo llegó a obispo de Ostia.

Este acontecimiento dejó en la Iglesia tal estupor que desde entonces para esta silla ‘‘gestatoria’’ se inició una tradición que duró siglos en la iglesia. Cuando era elegido el nuevo Papa, para evitar equivocaciones sexuales, se le sentaba en una silla horadada, sin asiento. El Papa, tendido con las piernas separadas y los hábitos abiertos debía de mostrar su virilidad. Después de este tacto testicular, se anunciaba a los fieles el ya conocido: ‘‘Habemus Papa’’.

Tras el parto público y tan desgraciado final, se nombró un nuevo Papa, Benedicto III. Además, se le puso a éste como fecha de su nombramiento el año 855, y así se borró de un plumazo la existencia de Juana en el Papado. Años después, hubo otro Papa Juan, pero no se le puso Juan IX, sino Juan VIII.

Durante un periodo largo de la historia de la Iglesia se ha querido negar la existencia de la papisa Juana, pero de su recuerdo quedan hechos tan curiosos como las témporas, también llamadas ‘‘ayunos de papisa’’ y, dentro de la baraja del tarot de Marsella, siempre el nº 2 será para la Papisa. El 2 esconde al 1 y crea lo que es distinto. Para la escuela pitagórica el 2 es femenino, porque la mujer se divide en dos partes al tener un hijo. El 2 es el conocimiento oculto que hay que desvelar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario