jueves, 8 de enero de 2009

UNA DE GRAJOS

Hoy hace frío, mucho frío, como los fríos de antaño que apenas recordaba. Frío de grados negativos durante todo el día y para mañana está previsto más frío. Congeladito que estoy. Ni me la encuentro, me la voy a tener que coger con papel de fumar. Hoy es mal día para las ideas, no se atreven a salir y si se deciden lo hacen como los grajos a trompicones. A ver si con un culito de J&B entro en calor y las pongo firmes y de paso infrinjo las prescripciones médicas, con lo que mola eso.

Ya lo dice el refranero popular: “Cuando el grajo vuela bajo hace un frío del carajo y cuando vuela a trompicones hace un frío de cojones”. Pero para frío el de mis años de infancia y juventud. Íbamos al colegio con dos pares de calcetines de lana, con pasamontañas, guantes forrados de piel y no sé con cuantas más prendas de abrigo y a pesar de ello estábamos helados todo el día y nos salían de vez en cuando sabañones. En las casas también hacía frío que se combatía con las cocinas de carbón, con los braseros y antes de acostarse se colocaban dentro de las sábanas unos ladrillos calientes para aliviar el momento crítico de meterse bajo las sábanas heladas. El que tenía calefacción se podía dar con un canto en los dientes.

Cuando nevaba lo hacía con gusto. Recuerdo nevadas que provocaban la suspensión de las clases varios días, y porteros y vecinos provistos de palas despejando las aceras, así lo obligaban las Ordenanzas Municipales. En ocasiones te daba la sensación de estar dentro de una trinchera en las estepas rusas como en los dibujos de “Hazañas Bélicas”, con la única diferencia de que no pegábamos tiros ni matábamos a nadie. Las que sí se jugaban la vida a veces eran las beatas que acudían a misa diaria a la Iglesia del Colegio cuando resbalaban en las pistas de patinaje que hacíamos los chiquillos en las aceras. Algunas sufrían los impactos de aquellos enormes “chupiteles” que caían de las cornisas de los tejados y que a veces nos servían para saciar la sed. Los muñecos de nieve y el lanzamiento de bolas de nieve a las niñas del Colegio de enfrente eran otros de los pasatiempos a los que nos dedicábamos al salir de clase.

En las churrerías los currantes combatían el frío a base de churros mojados en orujo, o con orujo sólo. Se comían muchos churros y se bebía mucho orujo, antes, durante y al salir del trabajo. Los chiquillos de entonces teníamos siempre hambre, la edad, el ejercicio y el frío hacían de nosotros animales insaciables. Yo, antes de ir al colegio me metía entre pecho y espalda un chocolate bien espeso acompañado de churros, tostadas de pan con mantequilla, un vaso de leche y un plátano. Y en la cartera, junto a los libros un buen bocadillo para tomarlo durante el recreo. A veces, caía algún otro bocata de sardinas de los que daban todos los días a los alumnos internos del Colegio como pago de algún recado realizado en el exterior.

Para comer, devoraba los dos platos de rigor y el postre, y salía de nuevo para el Colegio con otro bocadillo para el recreo en la cartera escolar. Al llegar a casa por la tarde y antes de ponerme a hacer los “deberes” merendaba lo que pillaba, y por la noche para cenar de nuevo los dos platos y el postre. Y así, tan ricamente me metía en la cama sin haber hecho la digestión. Al abandonar la niñez, las bebidas alcohólicas comenzaron a formar parte, cada vez más importante, de mi dieta calórica diaria.

Así combatíamos en nuestra infancia y juventud el frío. Las peleas, los pensamientos y los actos impuros y alguna que otra “hostia” que nos daban los curas en el Colegio también ayudaba.


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