martes, 31 de marzo de 2009

Para Elisa y para Teresa



Recuerdo que fue una soleada tarde de primavera cuando al salir del colegio me di casi de bruces con ella. No se como se llamaba, ni tampoco donde vivía. Solo sabía que estudiaba en el colegio de al lado y que me gustaba mucho. Debía tener más o menos mi misma edad, 14 años. Era tan alta como yo, rubia, de ojos claros. Sus andares desgarbados y la larga melena suelta le daban un aire bohemio. Así que decidí seguirla, a cierta distancia, venciendo mi natural timidez.

Detrás de ella, me adentré por otras calles, diferentes a las que seguía a diario, alejándome un tanto de mi  hogar familiar. Al cabo de unos diez minutos de caminar, mi enamorada se detuvo ante el portal cerrado de un vieja casa de ladrillo rojo y pulsó el timbre. En el entresuelo de la vivienda, una mujer mayor, de pelo blanco, se asomó a la ventana y al poco rato se abrió la puerta desapareciendo tras ella mi chica. Supuse que vivía allí, así que un tanto decepcionado por la pequeña aventura me encaminé de regreso a casa.

Al cabo de unos días, volví a coincidir con ella a la salida del colegio y repetí la persecución. Pero esta vez, me quedé un rato junto al portal. La tarde era casi veraniega y de la ventana entreabierta del entresuelo comenzaron a salir las notas de un piano que interpretaban una bonita melodía. Mi objeto de deseo, tocaba “Para Elisa”, de Ludwing van Beethoven, bajo la atenta supervisión de su profesora de piano. Jamás se me olvidaría esa música y aún hoy, cada vez que la oigo interpretar, me viene al recuerdo esa estudiante de piano que una lejana tarde de primavera alteró mis hormonas de adolescente.

Han tenido que transcurrir muchos años para enterarme que la partitura inmortal de Beethoven se titulaba “Para Teresa”, y que pasó a la posteridad bajo el título de “Para Elisa” debido al error de algún copista o por la mala caligrafía del genial compositor.

En 1810, Ludwig van Beethoven acudió a un recital que iba a ejecutar, según le aseguraron, un prodigio de la música. Se trataba de una niña llamada Teresa, la cual tenía fama de precoz pianista que, en efecto, deslumbró a todos los presentes… hasta que llegó el momento de interpretar una pieza del compositor alemán. La pequeña se aturdió tanto que se vio incapaz de tocarla y abandonó la sala entre sollozos. Beethoven corrió tras ella y le preguntó el porqué no había podido seguir con su pieza. Teresa, limitó a excusarse asegurando que todas las composiciones eran muy difíciles. Para sosegarla, el músico, prometió componerle una sonata sólo para ella. Y así fue, al día siguiente, la joven pianista recibió una partitura inmortal. Se titulaba “Para Teresa” (Recuerdos del 27 de abril de 1810).

Aunque la vida amorosa de Beethoven es algo confusa y bastante desconocida, algunos indicios apuntan a que la precoz pianista no era otra que Teresa Malfatti, de la que años después, al reencontrarla, se enamoró y quiso contraer matrimonio, siendo rechazado por la inspiradora de una de las sonatas más famosas de la historia de la música.

 

 

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