jueves, 5 de febrero de 2009

La cueva de El Moro


En la fotografía yo soy el primero, el más alto, que se apoya en un bastón.

Como he podido comprobar, navegando por Internet, en cada pueblo de España debe existir una cueva, mas o menos apañada, a la que los lugareños desde tiempo inmemorial denominan de El Moro, supongo que por inquina hacia el infiel. Mi cueva, a la que íbamos de excursión de chavales con cierta frecuencia, se encontraba en las riberas del río Torío, en León, en el paraje conocido como “La Candamia”, que venía siendo como el parque natural de la ciudad en aquellos tiempos.

Provistos de las correspondientes bolsas deportivas que almacenaban nuestras meriendas, linternas, navajas, cuerdas y demás artilugios propios de la edad y de la expedición, emprendíamos a primeras horas de la tarde, si el tiempo lo permitía, nuestro camino hacia la aventura y lo desconocido. Nos metíamos, entre pecho y espalda no menos de diez kilómetros, entre ida y vuelta, por calles y caminos, atravesando el río por donde podíamos y escalando pequeñas pendientes hasta llegar a nuestro destino nada peligroso.

Solían ser los jueves, día de la semana que teníamos la tarde libre en el Colegio, cuando nos reuníamos cuatro amigos en el Reloj de la Plaza de Santo Domingo y emprendíamos nuestro camino. Para despistar a la familia, que no gustaba de semejante espíritu aventurero, salíamos de casa con la misma vestimenta que habíamos usado por la mañana para acudir a clase.

Ya en el interior de la cueva y después de una primera inspección con las linternas, encendíamos una fogata, hiciera frío o calor, tal vez por mimetismo con nuestros ancestros. Como la caminata nos había despertado el apetito, casi de inmediato desplegábamos nuestras viandas y como buenos amigos compartíamos nuestros manjares y bebida. Nuestras conversaciones, propias de la edad, giraban en torno a los estudios, las chicas y sus misterios insondables, la familia, nuestras inquietudes aventureras, las próximas vacaciones, y también planeábamos nuestras futuras escapadas.

En ocasiones, ibamos provistos de una vieja gramola con sus pesados discos y la provisión de agujas necesaria para tal evento. Escuchábamos música de zarzuela, tangos y canción española. No existían aún los transistores. Y de vez en cuando dábamos unas caladas, pasándonos unos a otros el cigarrillo hasta que nos quemaba en los dedos.

Al anochecer, recogíamos nuestros bártulos y emprendíamos el camino de regreso a casa, cansados, pero felices de haber pasado una buena tarde en amigable compañía. Así de sencillas y sanas eran nuestras tardes libres, mucho ejercicio, mucha naturaleza, agradable camaradería y sin un duro en el bolsillo. La cama nos acogía agotados y en un momento estábamos fritos. Al día siguiente, en el Colegio, comentábamos a todo el que quería escucharnos lo bien que lo habíamos pasado. ¡Qué tiempos aquellos!

2 comentarios:

  1. Qué bonito!!! Me encantó!

    Con tan "poco" y lo bien que se lo pasaban. Naturaleza, aire libre (quitando el cigarrillo, claro, ejem, ejem.) ejercicio, conversación...

    Un beso

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  2. Buenos dias,
    estoy realizando mi tesis doctoral sobre las cuevas medievales de la provincia de León y, obviamente, entre ellas se encuentran muchas de las desaparecidas en la candamia. Una de las que me interesa es esta a la que usted hace referencia. No sé si conserva alguna foto o me podría proporcionar alguna información al respecto.
    No puedo escribirle a su correo electrónico porque no puedo abrir el contacto.
    Espero su respuesta. Un saludo

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