domingo, 22 de febrero de 2009

Peter Pan y Wendy



Leyendo hoy el artículo de Francesc Miralles “No quiero hacerme mayor”, publicado en el País Semanal, he podido confirmar lo que ya venía sospechando desde hace tiempo. Por una parte, que los jóvenes de alrededor de 30 años tienen un grado de inmadurez superior al que teníamos los jóvenes de generaciones anteriores, y de otra, la tendencia femenina de buscar hombres que las hacen sufrir.

Cada vez hay más personas que se resisten a abandonar psicológicamente la adolescencia. Lo que se conoce como “síndrome de Peter Pan” está cada vez más extendido en Occidente. Al igual que el héroe de J. M. Barrie, los hombres y mujeres que lo sufren han idealizado la juventud y tienen problemas para afrontar los retos de la madurez, lo que les lleva a vestir y divertirse como adolescentes. Estos Peterpanes modernos rehuyen las responsabilidades, son altamente inseguros y no toleran las críticas.

Peter Pan es un niño que se niega a crecer y que vive junto a los niños perdidos, tan reacios como él a madurar, en el país de Nunca Jamás, donde las aventuras se suceden sin fin e invita a una niña llamada Wendy Darling para que ejerza de madre de la pandilla de los niños perdidos.

El psiquiatra Eric Berne, en 1966, fue el primero en usar este nombre para referirse a un trastorno emocional, para definir al niño que habita en todo adulto, centrado en satisfacer sus propias necesidades. En 1983 llegaría el síndrome de la mano del psicólogo Dan Kiley, que se sirvió de Peter Pan para definir a los hombres y mujeres que se resisten a crecer caracterizados por: 1) Idealizar su juventud y negarse a identificar con su edad biológica; 2) Ser muy exigente con los otros; si no obtiene lo que pide, se enfada como un niño contrariado; 3) Teme la soledad y es profundamente inseguro, aunque se esfuerce en ocultarlo; 4) Se muestra siempre insatisfecho; 5) Acostumbra a tener a su lado a un protector o protectora que cubre sus necesidades; 6) Evita cualquier compromiso –muy especialmente de pareja-con la excusa de preservar su libertad, y actúa de forma irresponsable.

En su ensayo “El dilema de Wendy”, Dan Kiley trata sobre las personas que protegen a su pareja –o a otras personas importantes de su vida- como si fueran sus madres. Quien padece el “síndrome de Wendy” tiene dificultades para controlar su propio rumbo y, para compensarlo, se vuelca en dirigir la vida del otro adoptando una actitud maternal. El síndrome se reconoce por estas actitudes: 1) Insiste en ejercer de madre protectora y asume la responsabilidad que elude Peter Pan; 2) Siempre se muestra disponible, en caso contrario experimenta un sentimiento de culpabilidad; 3) Periódicamente acusa a su protegido de abusar de su buena fe, aunque tampoco hace nada para cambiar la situación.

Así como el de Peter Pan es fruto de la sobreprotección en la infancia, las causas del síndrome de Wendy hay que buscarlas en un pasado familiar en el que Wendy se sintió excluida, por lo que en la edad adulta asume el papel de los padres que no ha tenido. Una dificultad que presentan ambos síndromes es que quienes lo sufren no suelen reconocerse en su rol y recurren a justificaciones. Peter Pan disfraza su inmadurez de amor por la libertad, y Wendy atribuye sus cuidados maternales a la incapacidad o irresponsabilidad de la persona que toma bajo su protección.

En su libro “Las mujeres que aman demasiado” la terapeuta Robin Norwood se centra en la tendencia femenina –aunque no exclusiva de las mujeres- de buscar hombres que hacen sufrir. Por una extraña álgebra amorosa, las personalidades pacíficas y estables son descartadas a priori en la elección de la pareja, ya que se sienten más atraídas por caracteres complejos que desatan tormentas. La autora encontró las causas en un deseo de “amar demasiado”. Es decir, frente a la relación serena que no requiere movilizar todos los recursos disponibles, la persona adicta a amar desesperadamente necesita a alguien que se lo ponga difícil, lo que a menudo implica enamorarse de alguien que no muestra el mismo afecto ni el mismo nivel de compromiso.

Al final, se trata de acabar con el cuento que nos impide ser personas libres y autónomas.


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